miércoles, 8 de julio de 2009

Gran artículo de ciclismo

El motor de la bici

Texto de Suso Pérez

Existen pocos deportes en los que el cuerpo humano se vea tan exigido como en el ciclismo. La misma práctica deportiva que puede resultar el ideal de actividad saludable es casi una tortura para el organismo conducido a aprovechar sus últimas energías. Y en la cumbre de esa experiencia está el Tour de Francia, como la carrera incomparable. Más allá del dopaje, una práctica que nadie puede creer que sólo exista en el ciclismo, este reportaje profundiza en las
respuestas del cuerpo como motor de un vehículo casi perfecto.

Una bicicleta es un vehículo muy bien diseñado, y altamente perfeccionado en sus versiones más modernas. Y el cuerpo humano que la mueve es un motor de una eficiencia casi asombrosa. Creado para andar y correr, el cuerpo humano evoluciona de una manera relativamente sencilla para convertirse con la bicicleta en una máquina muy perfecta, que despliega unas cifras de velocidad y distancia enormes, en comparación con su rendimiento como bípedo, y con una
capacidad de recuperación que le permitiría viajar día tras día de manera casi indefinida. Y no sólo con poco desgaste físico relativo, sino también convirtiendo, de una manera casi paradójica, ese ejercicio incansable en salud y alargando de manera apreciable su propia vida.
Aunque lo anterior parezca un canto ecologista, es una afirmación científica: el ciclismo es una actividad que favorece decisivamente el metabolismo. Grasas, colesterol, sobrepeso, ritmo cardiaco..., todos los fantasmas de la vida moderna, conjurados con el sencillo gesto de pedalear tranquilamente. “Es muy saludable –detalla el doctor Piero Galilea, médico del Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Sant Cugat, en Barcelona–, porque no sólo ayuda a que todo el organismo se adapte al ejercicio físico sino que además no provoca lesiones. A diferencia del atletismo, no se produce ese momento en que el pie choca contra el suelo y los músculos de las piernas sufren al mismo tiempo contracción y estiramiento. Los músculos siempre se lesionan por estiramiento, nunca por contracción, y en el ciclismo no se produce estiramiento. De ahí que incluso las agujetas sean mínimas respecto a lo que serían en una carrera a pie. Una persona que haya
corrido un medio maratón, que es hora y media aproximadamente, al día siguiente está baldada. Hora y media en ciclismo es apenas salir a dar una vuelta y calentar un poco. Eso hace que a la gente siempre le sorprenda lo que es capaz de hacer en bicicleta a poco que se prepare.”
“Cuando comienzas en el ciclismo, no te imaginas lo que llegarás a hacer”, confirma Juan Antonio Flecha, rememorando sus inicios en este deporte que, a sus 32 años, le ha llevado a correr seis Tours y cinco Vueltas a España y a convertirse en el gran especialista español en las clásicas míticas, como la París-Roubaix. “Recuerdo perfectamente que en las primeras carreras me decía: ‘Bueno, si esto es el ciclismo, es durísimo y no sé si aguantaré’. Corría una vuelta de cinco días y al tercero estaba que no podía más.”

Roberto Heras, tres veces ganador de la Vuelta a España de nueve veces que ha corrido y participante en seis Tours y un Giro, confirma que los jóvenes que acceden al mundo profesional se adentran en lo desconocido. “Si tienes cualidades, en juveniles lo sueles pasar bien y te diviertes. Como amateur vives ya algún momento malo, complicado, pero cuando llegas a profesional y haces vueltas de tres semanas, llevas el cuerpo al límite de todo y no te imaginas lo
que puedes llegar a sufrir.” Heras describe esa sensación límite no como puro dolor físico sino más bien como una agonía. Flecha está de acuerdo en que no es tanto dolor concreto como un cansancio, una fatiga, invencible. “Claro que te duelen las piernas –explica Flecha–, y de hecho, entre nosotros, en el pelotón, siempre se oye el comentario de ‘¿qué pasa, que a este no le duelen las piernas?’, como una queja medio en broma cuando alguien sale atacando y los demás ya estamos reventados de las etapas anteriores, pero ya digo, no es dolor, porque de hecho, cuando calientas, los músculos se habitúan y ya no te duelen. Pero estás muy fatigado y ni siquiera respiras como los primeros días.

Llegar a ese extremo lo más tarde posible y tener la capacidad psicológica de soportarlo y aceptarlo como normal es lo que hace que la gente rinda más en las grandes vueltas.”
El esfuerzo físico que se produce en el ciclismo es suavemente progresivo, como explica el doctor Galilea, pero, llegado al terreno de la alta competición, adentra el cuerpo en unas exigencias inimaginables, como apuntan Flecha y Heras. Y el organismo se adapta. El corazón de un ciclista alcanza un desarrollo excepcional, especialmente el ventrículo izquierdo, que es la cavidad que
impulsa la sangre hacia el resto del cuerpo. Todos los deportes de resistencia aumentan el tamaño del corazón, y el ciclismo más que ninguno debido a la cantidad de horas de entrenamiento y competición que acompañan a esta práctica.

Un Tour de Francia, la carrera reina de este deporte, significa del orden de 800.000 latidos, con unos 90.000 de ellos por encima de 170 pulsaciones por minuto. A lo largo de las tres semanas que dura la carrera, el promedio estará en unos 135 latidos por minuto. Lo más impresionante de estos corazones hiperdesarrollados es que cuando no se ven obligados a trabajar duro se toman
la vida con auténtica calma. Durante el sueño, por ejemplo, se relajan hasta latir a poco más de 30 pulsaciones por minuto. Y lo mejor es que, una vez entrenado hasta esos niveles, el corazón mantendrá ya esa capacidad de bombeo el resto de su vida.

El músculo cardiaco acepta el trabajo y se adapta. El resto de los músculos, también. Especialmente, los de las extremidades inferiores y, entre ellos, el cuádriceps, que ya es de por sí el músculo más potente del cuerpo humano. Eso genera en los ciclistas de competición esa tipología peculiar de piernas muy musculosas que sostienen un tórax exageradamente delgado. “De hecho – apunta el doctor Galilea–, una de las cosas que tenemos que hacer durante la
pretemporada es el entrenamiento de toda la cintura escapular, de la espalda y del abdomen, para que el ciclista lleve una buen corsé muscular que después irá perdiendo durante la temporada. No se pierde la fuerza, pero sí la masa muscular.”

El modelo humano de ciclista de competición ha sido descrito minuciosamente por el doctor Sabino Padilla, uno de los más conocidos especialistas a escala mundial. El doctor Padilla, en su día médico de Miguel Indurain y de otros deportistas de élite y en la actualidad director técnico del centro médico USP Araba Sport en Vitoria, sistematiza, en un estudio realizado con el doctor Iñigo Mujika, el tipo medio de ciclista profesional como un individuo de 26 años, 180 cm de estatura, que pesa 69 kg, cuyo corazón alcanza los 194 latidos por minuto, que consume hasta 5,4 litros de oxígeno por minuto y que es capaz de desarrollar una potencia de 439 vatios, o sea, 6,4 vatios por kilo de peso corporal, entre otras características analizadas. Ese tipo medio estadístico está en el centro de un abanico real de corredores que en edad, por ejemplo, van de los 20 a los 33 años; en altura, de 160 a 190 cm, y en peso, de los 53 a los 80 kilos, y todos ellos muestran un notable rendimiento físico en relación con sus particularidades personales. Ese abanico de morfologías es lo que permite entender la existencia de especialistas, que el propio doctor Padilla agrupa en cinco grupos: rodadores, escaladores, todoterrenos, sprinters y contrarrelojistas.
“Cada ciclista desarrolla una cantidad de trabajo diferente aunque todos se desplacen a la misma velocidad –explica el doctor Padilla–. Para ir, por ejemplo, a 45 km/h, unos tienen que desarrollar 340 vatios; otros, 400 W, y otros, 430 W. Esto es así tanto para el llano como para la montaña, con la diferencia de que el gran trabajo en el llano es vencer las resistencias aerodinámicas, mientras que en los puertos de montaña es gravitatorio. Los parámetros de cada uno se detectan desde jóvenes, y, en mi opinión, a partir de los 18 o 20 años ya no se dan grandes variaciones personales. Eso apunta un potencial individual que luego hay que desarrollar con el entrenamiento, aunque también el propio entrenamiento está condicionado por la dotación genética.”

De las características distintivas de cada individuo, el consumo máximo de oxígeno (VO2 max, en su formulación técnica) resulta fundamental para saber dónde estará cada uno como deportista y en este caso como ciclista. Es un rasgo básicamente genético que luego se desarrolla con el entrenamiento. La expresión consumo máximo de oxígeno es la cantidad de oxígeno que cada uno retiene al respirar aire. Del 21% de oxígeno presente en el aire de la atmósfera terrestre cada persona retiene una cantidad distinta, que en el caso de un individuo normal poco entrenado será de unos 3 litros por minuto. Los ciclistas profesionales llegan a consumir 5 o 5,5 litros por minuto.

Al contrario de lo que pensaríamos del motor de un automóvil, el mayor consumo de oxígeno es una ventaja decisiva, porque ese oxígeno es lo que utilizan las células musculares para obtener energía de los hidratos de carbono que consumimos y de las grasas que almacena el cuerpo. Así que cuanto más oxígeno, más energía.

A partir de la base genética, el entrenamiento desarrolla las capacidades. El trabajo que se hace durante el ejercicio se mide en vatios, y a los ciclistas les gusta interpretarlo en vatios por kg (de peso corporal) porque así sirve como referencia del estado de forma de cada uno y permite aplicarlo comparativamente a todos los tipos de ciclistas de los que habla el doctor Padilla, entre los cuales hay notables diferencias de peso. En periodos de competición, los profesionales se sienten optimistas si son capaces de dar 6 vatios por kilo. Si con el Tour ya inminente alcanzan los 6,5 vatios por kilo, la confianza es máxima.

“Despiertas cada mañana con la esperanza de sentirte más descansado –cuenta Flecha–. Pero te levantas y estás superfatigado. Te montas en la bicicleta y hasta que arranca toda tu maquinaria no te encuentras bien. Luego te empiezas a olvidar de todo eso, y al final tu rendimiento puede volver a ser muy alto. Cuando eso ocurre, a ti mismo te sorprende. Pero también puede ser muy
engañoso. Porque igual tienes un par de días muy buenos y al siguiente de repente estás fatal. Y entonces hasta la cabeza te empieza a jugar malas pasadas. Cuando el cuerpo llega al límite, lo único que te queda es conocerte mucho y regular tu esfuerzo todo lo que puedas.” Los dos ciclistas confirman que la cabeza de cada deportista explica en muchas ocasiones su rendimiento más allá de sus características físicas. También coinciden en que la experiencia es un factor determinante para aprovechar situaciones favorables y superar las desfavorables. Pero en la práctica del ciclismo existe otro elemento que también influye en esas sensaciones físicas que describen los profesionales. “Una de las claves del esfuerzo de larga duración –explica el doctor Galilea– es que el cuerpo sea capaz de extraer energía de la grasa cuando se le acaban los hidratos de carbono. El final de los hidratos suele conducir a esa experiencia que todos los ciclistas conocen como pájara. Pero si el organismo sabe utilizar en ese momento, las grasas
almacenadas, que, por muy delgado que esté un cuerpo, siempre son abundantes, pueden seguir produciendo energía. Eso se entrena practicando ejercicio de larguísima duración y baja intensidad, para que esa transferencia de hidratos a grasa se produzca de manera natural y sin pájara. El cuerpo tiene la capacidad de recordarlo y lo hará de nuevo en el futuro cuando lo necesite. Eso explica una situación que suele poner muy nerviosos a los jóvenes ciclistas que
llegan dispuestos a comerse el mundo y que se encuentran con corredores quince años más viejos que ellos y a los que, en cuanto a resistencia, son incapaces de vencer. Ese es el mecanismo: el cuerpo del veterano ha pasado por tantas situaciones difíciles que recuerda cómo seguir funcionando.”

La lección es aplicable también al ciclista de ocio interesado en bajar de peso. “Sí –confirma el doctor Galilea–, una de las cosas que la gente no tiene muy presente es que en la utilización de calorías es más importante el tiempo que la intensidad. El ciclismo te permite hacer horas de ejercicio tranquilo, y a las personas que precisamente estén altas de peso les ahorra la sobrecarga que ese peso produciría en las articulaciones, con lo que pueden hacer deporte
mucho tiempo, gastando muchas calorías y sin una gran repercusión traumatológica.”

1 comentario:

Rafa González dijo...

Me ha gustado mucho! Mejor que ver la tele..jejeje